1 dic 2008

voz delta

Nuestro paso está en las costras de una ciudad perdida.
Lóbregos caminos de muerte mutilada.
El desvío hacia la luna, intacto.
La sed que no descansa se disfraza de una vieja
que muere y revive,
que muere y que sufre.

El silencio de las voces que se callan es eterno.
Es el mismo ciego bis de insolencia repetida
que desprecia las cosechas del futuro promisorio
y asesina la razón del caído sin vencer.

Y en el marco de una puerta penitente que no escucha
las falanges se recogen angustiadas y en calor
y tranquilas y obedientes
desatan lentamente el bullicio
cuestionando la existencia de los látigos.

La paciencia, mientras tanto, se refleja en más ancianas,
en moléculas retoñas que se quiebran,
en las alas de los búhos que se miran
con la dura geometría y el dolor de los espejos.

Nuevamente nacen deltas que se miran y se alejan.
Pero siempre existe un sin embargo.

Algún día las ancianas volverán al viejo roble
y en la rendición de las horas
las eternas madejas de sus cantos plañideros
coserán con más urgencia
una manta que lubrique a fuego lento cada historia
y las voces infinitas que se esconden
en los ojos del amor que no se vende,
en los ecos que soltaron al nacer.

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